Un momento de la "cacerolada" en la calle General Ruiz de Valladolid | EFE
Apenas se habla ya de pacientes, ni de médicos, ni de enfermeros… El problema sanitario del coronavirus ha quedado de fondo. La primera plana la ha tomado la crispación política, que tiene también su reflejo en el enfrentamiento en la calle. O no hemos aprendido nada o quieren que no lo aprendamos. Aquí apenas se habla ya de ciencia o de sanidad. ¿Quién se acuerda ya de los muertos, de los enfermos, de los sanitarios, de las residencias…? Parece que va quedando solo el encabronamiento.
Hay 27.888 muertos con coronavirus en España hasta ayer miércoles, miles de sanitarios contagiados, falta personal en centros de salud, hay trabajadores agotados, investigadores que buscan sin descanso una vacuna… Mientras, aquí la semana va dejando un debate político cargado de amenazas, insultos, dirigentes mal encarados, cálculos partidistas y, en definitiva, un descenso hasta los bajos fondos de la política conectados con el mal rollo que se va instalando entre algunos ciudadanos.
Sigue habiendo sanitarios echando horas por sueldos mileuristas, otros que aún caen contagiados, muchos que han entrado en un bache psicológico, los hay que denuncian incompetencia en la toma de decisiones en sus centros, demasiados que no saben si les renovarán su contrato mañana… Estos mismos trabajadores de la sanidad, que se la jugaron y se la siguen jugando en equipo por cuatro perras, son los que observan un panorama político instalado en la bronca, que nos cuesta lo suficiente como para trasladar soluciones y no bilis al personal.
Hay un discurso político ultraderechista que anima a que no se guarden las distancias de seguridad en la calle y alienta las protestas para que pongan al Gobierno contra las cuerdas. Detrás están los mismos que no han aceptado un pacto del PSOE con Unidas Podemos para gobernar el país. Dicen ser muy patriotas, pero no les importa tanto que estas aglomeraciones pongan en peligro la salud de los españoles y trasladen al pueblo que puede pasarse las normas aprobadas en sede parlamentaria por el arco del triunfo. Para ellos, triunfar solo cabe si es en beneficio propio y el de sus amos.
El caso de la Comunidad de Madrid es paradigmático. Hay médicos denunciando el cierre de urgencias o la falta de personal en la atención primaria. Hay altos cargos de la sanidad pública que han dimitido. Hay una presidenta que, con tal de desviar la atención y estar todo el día en el candelero, sigue las directrices de sus gurús para confrontar con el gobierno central, cueste lo que cueste. La última andanada ha sido llevar la polémica del cambio de fase a los tribunales. El mismo día que Madrid seguía arrojando los datos más preocupantes de la crisis.
El gobierno tampoco se salva. Por falta de rigor y de transparencia en las últimas horas. España se acostó pensando que PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu habían pactado derogar íntegramente la reforma laboral de Rajoy y, al filo de la medianoche, los socialistas enviaron una nota a los medios rectificando. El acuerdo, que salva una nueva prórroga del estado de alarma, se anunció a bombo y platillo. La nota, que a muchos les llegó por wassap, fue con nocturnidad y de tapadillo. No ayuda. Transmite una sensación de funambulismo político que puede ser pan para hoy y hambre para mañana.
En definitiva, el país necesita más unidad y certidumbre en una situación muy difícil, pero que se puede afrontar con más calma y mayores consensos. Los trabajadores de la sanidad lo han demostrado y lo siguen haciendo en el tajo. La política debe estar a la altura. Los juegos de poder son demasiado arriesgados cuando lo que está en juego es la vida de tanta gente. No puede ser que en la lucha contra una pandemia acabemos enfrentados unos con otros. No dejemos que nadie nos encabrone. No permitamos que al coronavirus le añadan el virus del odio.
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lunes, 25 de mayo de 2020
El virus del odio
Fuente La Sexta/Jesús Cintora
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